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LEW
ARCHER
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LEW
ARCHER
William
Pilgrim
Paul
Newman, quien en el cine tuvo a su cargo encarnar a Archer
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Mi nombre es Archer. Lew Archer. Soy detective
privado, una especie de sociólogo pobre, de sacerdote
degradado. Perseguidor de ladrones, descubridor de cadáveres y oídos
prestos para todo el mundo, soy un contragolpeador, como la mayoría de
los norteamericanos. Rastrillo humano, consejero aficionado, hombre de
acción -por lo que sé, un perro de presa, un chacal-, bendito gemelo
y partero de los recuerdos, soy un fantasma del presente a la caza
de un minuto sangriento del pasado. Acompañado de mi complejo mesiánico,
no soy más que un tipo que trae malas noticias y a quien ajustician; un
mensajero portador de malas nuevas, igual a aquellos a quienes en los
viejos días, se les daba muerte.
Este es apenas el comienzo del identikit de Lewis
Alfred Archer, el alter ego de Ross Macdonald, el único
personaje de la historia de la literatura con una vida biológica en que
va envejeciendo a partir del paso del tiempo real, nacido en una fecha tan
justa que para cuando compla 21 años largue su sermón que es la edad en
que todos nos quedamos huérfanos y, ¡oh, casualidad!, también es
coincidente con la del asesinato de Miles Archer, el socio del
canalla Sam Spade, en un episodio más que oscuro, por lo
menos más oscuro que el lugar donde gratuitamente lo matan, el pasaje
Stockolm, de San Francisco, en la novela El halcón maltés,
de Dashiell Hammett.
Sus conclusiones no suelen ser muy auspiciosas:
Todo, en la vida, tiende a irse
uniendo en una trama. Por supuesto, en mis casos, repitiéndose, esa trama
es la muerte. ¡Qué a menudo, hoy día, las pequeñas tramas de la
vida se nos convierten en tragedia!
Ross
Macdonald, en realidad Kenneth Millar, en su época de catedrático de
inglés en la Universidad de Chicago
Todo este arsenal queda expuesto merced
al rastreo minucioso, obsesivo, con una metodología muy similar a la
utilizada por Sigmund Freud en Lo siniestro, con que el
antropòlogo norteamericano William Pilgrim, de ascendencia judía
y chicana, reconstruyó la visión del mundo a partir de la revisión
total de la obra de Ross Macdonald, para luego rearmarla con otro
sesgo, con otra mirada, y reprocesar lo vertebral y así dejar
el ramaje en su lugar, pero con otra arboladura. Si se quiere ver de otro
modo, más descarnado quizá, sigue siendo Lew Archer, pero
desprovisto de todos los ropajes, tan mortal como su autor quiso que
viniera a este mundo.
No es la única sorpresa. Porque los
amantes del género nunca se tomaron semejante trabajo y siempre
prefirieron ellos del uso de la palabra, no pocas veces creer ver o querer
decir lo que nunca estuvo o lo que nunca fue dicho. En este trabajo es al
revés y aunque se le haga un flaco favor al marketing,
sobre el cual nos sentamos, dicho sea de paso, va a haber más de una
frustración. A los cholulos hay que darlos de baja de entrada.
El
académico Kenneth Millar. Ya es Ross Macdonald y ha
comenzado la consagración.
El mundo de los escritores de policiales
(¿no se ajustará mejor criminales?) y
sus entornos está lejos de ser un lecho de rosas y todo ocurrir
armoniosamente, como en sus libros. Sin poder escaparse de lo humano,
descubren lo que pueden (o quieren) descubrir. Nada más. El resto, como
en este caso, puede estar a cargo de un riguroso antropòlogo social que
conoce todos los meandros de la literatura, muy en especial del hard
boiled.
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