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* Presencia de nuestra cultura y nuestra lengua en Internet *

EL SEPTIMO CIRCULO

HISTORIA DE LA COLECCION DE POLICIALES MAS FAMOSA EN LENGUA CASTELLANA

EDICION ON LINE EN UNA BITACORA ESPECIAL

Ya está definitivamente inslado en el imaginario popular  y también en el misterio insondable. El famoso caballito de ajedrez, realizado por el pintor e ilustrador cubista José Bonomi, especialmente para la colección y que nunca nadie supo (o quiso saber) a santo de qué. Borges dice que el motivo es que el nombre, primitivamente, iba a ser otro..

 Amílcar Romero

Según con quien se hable, entre febrero y junio de 1945 estuvos en las librerías de Buenos Aires el N° 1 de la colección El Séptimo Círculo, que fue La bestia debe morir, de Nicholas Blake, seudónimo de un exquisito poeta inglés. La tapa era del ítalo argentino José Bonomi y sus fundadores figuraban como directores: Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Así más o menos todo dentro de cierta formalidad, con riguroso y exquisito criterio de selección, más aún de corrección de las traducciones hechas por profesionales elegidos luego de sortear un riguroso examen (bueno, con alguna excepción, como una tal Leonor Acevedo vda. de Borges...), en el primer centenar de entregas durante la primera década. Después...

Nacida junto con las turbulencias del primer peronismo la participación y figuración del famoso binomio la situación en la cúpula se vuelve tan o más difusa y confusa con la caída del régimen, en la primavera de 1955. Ahí empieza a tallar decididamente la figura de un joven profesor de literatura inglesa que ingresó a Emecé Editores como traductor de Winston Churchill, Carlos V. Frías, quien aparentemente ya la había comenzado a regentear desde un para nada cómodo segundo plano, dado el prestigio de los dos amigos, hasta que luego los dueños del crimen literario deciden blanquear la situación, aclarar en parte el misterio, y los borran como directores, dejándolos como fundadores, y Frías la timonea abiertamente hasta su desaparición.

Los dos amigos, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, de funye, en el Rosedal, por la época en que el segundo se engripó y de la fiebre salió la idea. Ya habían sido don Isidro Parodi y escrito a dos manos con el seudónimo de Bustos Domec. Si cliquea en la imagen de ambos disfrutando del fresco va a ir a dar a una bitácora con la edición en línea del trabajo.

Este volumen trata de reconstruir la historia de la que es sin duda la más importante colección de literatura policial en nuestra lengua con el testimonio directo de sus protagonistas, empezando por Borges y Bioy. Los entretelones muestran que semejante género, con la estirpe que tiene, la prosapia que lo caracteriza y los orígenes que calza no podía tener menos que cortocircuitos varios. El autor del Diccionario del argentino exquisito, por lo pronto, no tuvo empachos en confesar que fue el autor de la ideal, en un departamento de Santa Fe y Ecuador, seguramente en el invierno de 1944, feliz convalenciente de una gripe virósica de aquellas. El de la Milonga para Jacinto Chiclana nunca dejó de estar enojado con los norteamericanos que -según él- bastardearon al género, mejor ni hablar de Dashiell Hammett & Co.: fueron juzgados y jamás absueltos por haber abandonado el riguroso mundo de la racionalidad y se haberse pasado al de la delación y violencia. Ambos, sin embargo, acusaron sin pelos en la lengua haber sido usados durante un tiempo que no especifican, pero que es más de una década, y si ya habían elegido tres títulos de James McCain, aunque no comenzaron con El cartero llama dos veces, protegidos todavía tras sus prestigios les contrabandearon el primero de Raymond Chandler.

Aquí está el último. El N° 366, fechado abril de 1983 y con un tiraje de 8 mil ejemplares. En la contratapa anuncia  Sangre fría, de Leo Bruce, que nunca será. Fueron 38 años. Por lo menos 2 millones en total.

Al que no dejaron pasar nunca fue al iniciador de los hard boiled. Sin embargo, el tiempo se cobra su precio y con el N° 335, en setiembre de 1980, muy cerca ya de la extinción, sus creadores totalmente alejados, apareció Al estilo Hammett, de Joe Gores, también un ex detective de la Pinkerton, que le rinde un homenaje al maestro recreándolo en el que habría sido literariamente su último caso, acosado por el alcohol y las brumas de la última madurez.

En sendos reportajes, completos, tanto Borges como Bioy confirman sus convicciones, dudas y polémicas en torno a un género que siempre fue tan subestimado como urticante. Los orígenes inciertos del nombre de la colección, los papeles que ellos mismos jugaron como autores de policiales varios y un ejercio de la inteligencia por momento filoso que no deja títere con cabeza.

Comprado el fondo editorial por Planeta, a comienzos del 2003 apareció una reedición muy paqueta de El Séptimo Círculo, exhumando los principales títulos, algunos de los cuales ya fueron mencionados. ¿Nunca segundas partes fueron buenas?

Amílcar Romero es el recopilador de todo el material y abre el fuego del volumen con una presentación donde además se trae a colación que policial no parece, a simple vista, el mejor nombre para un género donde justamente, si se pretende hacer justicia, nace porque la policía nunca terminó de hacer bien lo que tenía el deber de hacer bien y desde los inicios el papel que juega no es justamente el más decoroso, menos que menos el más tarzanesco. Mejor le hubiera calzado el mote de literatura criminal y hasta cierto punto no deberían ser incluidos en el séptimo círculo dantesco los autores del género, acusados del ejercicio de una violencia imaginaria. La alternativa le fue planteada directamente al autor de Elogio de la sombra, quien en un primer reaccionó con un rechazo cortante, pero amainado el primer chaparrón de verano se ablandó y desde atrás de su ceguera, con un gesto hasta temeroso, terminó preguntando: "¿A usted le parece?"

Muy pronto desde esta misma página.