¡BAJESELA GRATIS!
LA
LUNA ROJA
CUENTO
DE
ROBERTO ARLT
2ª Edición
Y como si fuera poco, dado el golazo
que fue la primera, esta de ahora inaugurando el soft de Axxón,
en forma exclusiva. Sí: igualita al famoso fanzine de ciencia
ficción que viene marcando punta desde 1989. Incluso con la
versión de 32 bits sin terminar, con algunos detalles mínimos. Todavía
otro poco: el agregado de unos archivos .MID para matizar la
lectura de esta joya porque a otras ediciones ya se las sonorizó, pero
hubiera sido un masacote bajar semejante bardo..
Ahora sí que está para no perdérsela. Y
si ya bajó la anterior, en formato .PDF, no importa. No cuesta
nada. Soportada en Axxón es otra cosa y no tiene más que
ir para abajo y darle clic a la firma del autor de Los Siete
Locos. Porque esto está listo para convertirse en el Octavo.
Pruebe, si no.
Es el más extraño, atípico y disonante
de todos los que escribió. Una visión apocalíptica, bíblica,
desoladora, del derrumbe del capitalismo, sí, dentro de la
recopilación de cuentos publicada en 1933 con el título genérico de El
jorobadito, y resulta más extraño todavía que en pleno auge de lo
más fundamentalista del stalinismo, él, que se había
abazado al marxismo con la pasión y el desenfreno con que hizo
todo, se aparte de las reglas sagradas de oro y no prevea un final
del tipo toma de la Bastilla, con una marea humana de proletarios
haciendo flamear el rojo de sus banderas y no el crepitar de
las llamas. Esa clase dominante que avanza mansamente, apabullada,
resignada, como mansos corderos al redil, dista bastante de los estereotipos
izquierdistas de la época y la visión escatológica del fin
del capitalismo que tenía la izquierda en general. Tiene mucho más que
ver con el virtualismo simbòlico del Luis Buñuel de El ángel
exterminador, con una burguesía encerrada solita en su propia trampa
y si primero se sospecha que no puede salir, al final se duda si en
realidad nunca quiso salir y de esa manera disimula el pecado del
autosuicidio que arrasa con todo lo demás. El tampoco alcanzará a
ver Hiroshima, menos que menos Vietnam, la Tormenta del
Desierto, las Torres Gemelas o el siniestro que arrasó
con varias manzanas en Lima, la catástrofe con focos iniciales no
accidentales que barrió Sydney y miles y miles de años de
naturaleza, para no hablar de la frivolidad con que en la Segunda
Década Infame se contempló arder lo mejor del paisaje
barilochense.
Se puede argumentar que el escenario ideado
no es Buenos Aires, pero nada indica lo contrario, y la soledad de
ese gentío se adelanta con mucho a la despersonalización de las megápolis
del neoliberalismo y la Aldea Global, ese nuevo globo
que nos vendieron para seamos cada vez más aldeanos. Se adelanta más de
dos décadas al incendio en un cañón cercano a Los Angeles
que casi arrasa con la ciudad y que motivó que Ross Macdonald, que
se negó a abandonar su casa amenazada a metros por las llamas, escribiera
El hombre enterrado, su obra máxima, en 1971, y de allí lanzará
la hipótesis criminológica que cada día que pasa cualquier hecho
criminal aislado, individual, puede encontrar condiciones dadas
para una dinàmica que lo lleve al crimen total, al crimen que él
en una entrevista denomina ecológico.
Facsímil
de la edición argentina de The undergroun man (1971). Se agotaron
dos ediciones en pocas semanas. Ver,.en este mismo sitio, haciendo
clic en la tapa del libro, el volumen Encuentro en el camino, de William
Pilgrim y otros TXTs sobre este autor.
Roberto Godofredo Christophensen
Arlt nació cuando culminaba el siglo XIXX, en el 1900, en la entonces
zona de quintas y alguna que otra residencia de fin de semana o de
verano, en el San José de Flores que luego será una barriada
populosa, la porteñidad por excelencia, y morirá en forma súbita y
fulminante, un gris día de julio de 1942, luego de haber votado el día
anterior en la entidad que nucleaba a los periodistas. Sus restos fueron
cremados en el Cementerio del Oeste, cerca de donde vio por primera
vez el sol y quizá intuyó la luna roja, y al final esa leve
fumata se confundió con todo lo grisáceo que sabe ser la Reina del
Plata y tal vez el preanuncio de lo que queda en la atmósfera
después de la Gran Fogata Gran.
Apenas si llegó a tercer grado y
una para nada recomendable relación con sus progenitores inmigrantes del
oriente centroeuropeo lo arrojó a la temprana independencia cuando tenía
16 años, a changuear en oficos ridículos, al borde de la
alucinación, a cranear los más insólitos y desatinados inventos,
como unas medias chicle que hacía con el caucho de la cámara los
automóviles. Entre esos desatinos estuvo siempre la literatura
porque a los 8 años había vendido el primer cuento a un editor de sus
andurriales natales. La gigantesca grúa, la gran cureña con el megacañón
que imagina como final tienen que ver poco, nada, con las sofisticas
rampas en las cubiertas de gigantescos cruceros, que lanzan misiles
con cabezas inteligentes que se van guiando en forma remota desde
cientos de kilométros de distancia y van a dar justo, con precisión
milimétrica, en el inodoro de un jerarca servio a la hora que
normalmente usaba el lugar para los menesteres normales y en una de esas
aprovechar para filosofar blandamente que el destino humano se ha vuelto
tan frágil como para ser arrasado por la catarata que en
condiciones normales pone el broche de oro a tales menesteres. A él,
semejante despropósito le hubiera gustado, aunque no lo terminara de
convencer el propósito inhumano. Pero si algo lo caracterizó fue
quebrar, en su vida cotidiana y en lo escrito, constantemente los estereotipos,
lo establecido. Ser inclemente hasta el escarnio con una
clase media porteña medrosa, miserable, pasto fácil para
cuanta fachistonada ande por ahí suelta, y patearle todos los
tachos de basura a una sociedad pagada de sí mismo, infautada,
como hubiera adjetiva un contemporáneo suyo, Jorge Luis Borges,
aunque por obvias razones se miraran de vereda a vereda con el rabillo del
ojo y escupieran por el colmillo.
El
último trayecto, a pulso de la mano de sus compañeros. Después, el
crepitar y las cenizas.
Si hay algo para lo que no tiene edad el
hombre es para morirse, el autor de El juguete rabioso se fue
demasiado temprano y, sin embargo, sin él, hay cantidad de trayectorias
posteriores que se vuelven incomprensibles. Como la de Julio cortázar,
por ejemplo, sin ir tan lejos. Y ahora, aquí, en la Argentina del default,
de cinco presidentes en dos semanas, tres monedas simultáneas para
ocultar la inexistencia del país, otra vez la latente amenaza de
una luna roja, siempre un Roberto Arlt al que el stablishment
no tanto ha denostado como perdonado la vida por loquito pintoresco,
ocurrente, chifladito talentoso, pero al que lo vienen plagiando sin asco
aún antes que muriera y para qué hablar del después, si
es que lo hay. AR
Facsímil
de la firma ológrafa del escritor. Si quiere bajarse gratis la versión de La
luna roja, haga
un clic sobre ella .
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