El comienzo de Encuentro
en el camino entre dos viejos desconocidos, el
relato del antropólogo norteamericano William Pilgrim,
descendiente de chicanos y judíos, es por demás
significativo, casi lo dice todo:
Tiene
que haber sido en el 49. A mediados o un poco después
porque el aire estaba todavía tibio. Era verano. Y según consta,
Lew Archer venía de cerrar su primer caso importante y de
reencontrarse con Kenneth Millar –a quien había
conocido en Okinawa, durante la guerra, y que ahora se había
instalado en Santa Bárbara, reiniciando una vida en todo
sentido, a tal punto que ahora había empezado a firmar
sus libros como John Macdonald o John Ross Macdonald, no
le había entendido bien y no le había hecho mucho caso-,
para mejor esa sensación reciente de la muerte.
Tocar
la muerte, había pensado en un momento, con horror.
Sí, tiene que haber sido para esa época. Los
comunistas chinos habían terminado tomando Pequín y
proclamado una República Popular. Un total de 17 países,
ante el avance rojo, habían formado la OTAN y como fin
del gobierno militar se creó la República Federal
Alemana, consagrando la partición. El presidente Harry
Truman había anunciado formalmente estaba en condiciones
de anunciar que los soviéticos habían hecho detonar su
primera bomba atómica, aumentando el cada vez más
creciente miedo y el macartismo. También estaba Puddler y
lo demás. Las fechas, al menos, son coincidentes. Darse
un remojón en el mar con traje, corbata y zapatos, al
amanecer, no es una práctica habitual ni agradable, y
Lewis Alfred Archer había ganado penosamente la blanda y
húmeda arena de la orilla para tenderse allí sin
importarle el frío que lo atería. Lo había hecho nada más
que para recuperar el resuello. Amanecía sobre el Pacífico.
Pero no había estado en condiciones de prestarle
importancia a un hecho de tal naturaleza.
El
bostoniano de origen franco-canadiense, Jack Kerouac, en
el camino, por la época de su célebre novela y este
mítico encontronazo con el bueno de Lew Archer.
Un TXT del enterriano Carlos
Paty Suárez, el único argentino presente en el
velorio y entierro de Jack Kerouac, a fines de 1969,
es un incunable ahora exhumado con exclusividad. También
las revisiones y proyecciones de la obra de Macdonald sobre
la realidad argentina, a cargo de Amílcar Romero,
más una bibliografía completa, sobre todo en castellano,
del discípulo más fiel de Dashiell Hammett, cierran
un volumen desusado, atractivo, que arranca con supuesto
encontronazo en la ruta entre un policía resentido devenido
a investigador privado con delirios mesiánicos y un joven
automarginado que ya está arañando la gloria literaria
junto con su derrumbe personal.
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ENCUENTRO
EN EL CAMINO
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William Pilgrim
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