EL
CASO SOUTO
vs.
RINGO
BONAVENA
Tapa
del semanario de los Vigil. El día que lo enterraron a Souto. Ni uno
solo da cuenta de lo sucedido. Adentro, en el editorial, ni siquiera el
nombre. "El joven muerto en Huracán". Ni el nombre.
Con un clic sobre la imagen comienza la descarga del archivo de la
edición electrónica multimedia del trabajo sobre el chico de la
sombrilla que nunca tuvo nada en las manos, todo lo demás de esta
edición y todo lo demás de todo lo demás.
Fue la noche anterior al asesinato ritual de Héctor Souto, Tito. El sábado 8 de abril de
1967. Lugar del hecho: el Luna Park. Dando cuenta de sus inicios
profesionales en los EE.UU., donde el Delito Organizado para el que
trabajaba lo bajaría de un balazo de fusil por la espalda, casi diez años
después, el asunto había tenido sus adelantos en la Rural, durante un
programa ómnibus de Antonio Carrizo, donde en vivo y en directo le preguntó
si se iba a lustrar los zapatos. El ya veterano y avezado animador no pudo
evitar pisar la cáscara de banana e instintivamente miró hacia abajo y
preguntó por qué.
-Esta noche al negro lo voy a hacer pomada -le replicó Ringo,
largando su risita.
En
plena faena. Foto de la misma edición de El Gráfico. El ex verdulero
neoyorkino rebiendo a pleno y para que tenga. Sólo algo parecido al box
sucedió los primeros tres rounds. El resto, durante 21 minutos de 3 x 1, la
dichosa demolición tan cristianamente festejada por la editorial de La
Hormiguita Viajera. Una carnicería, más que verdulería.
Durante la causa, para nada ligándolo a esto, el fiscal de
Cámara se preguntaría si algunos de los deportes-espectáculos no
albergaban la etiología de una nueva criminología. Y entre los
enumerados, donde justamente no estaba el fútbol que era el motivo de
la causa y sí el box, donde para nada figuraba la pelea de la noche anterior.
La respuesta tienta con ser afirmativa. Sobre todo si el representante del
Ministerio Público hubiera mirado para el lado de las tribunas y se hubiera
encontrado con la barra brava de Huracán, de la que Ringo había
formado parte. Si al pasar revista al ring side hubiera advertido al entonces
sparring del mastodonte de Parque de los Patricios, que llegaría a campeón
profesional de los medio pesados, el Medio Pechuga, como le
decían, que al día siguiente haría de barredora mientras el resto reventaba
a Souto. También hubiera encontrado a un médico deportólogo, al que el juez
de la causa le endilgó cariñosamente haberle arreglado las pilchas al
cadáver para que en la foto de autos pareciera que viniera de una reunión
social.
Se va el
morocho del Luna. Lo llevan entre dos como un paquete. En la cara no le caben
más piñazos. ¿Conciencia profesional? ¿Espirítu agonístico? ¿Vocación
suicida? Destino: el sanatorio Güemes. El veraz documento también fue
registrado por la misma edición de El Gráfico. Cosa de testimoniar
que la demolición había sido una demolición.
Huracán no fue el mismo desde aquel domingo 9 de abril de
1967. La larga tribuna sur, abajo de la famosa torre y las cabinas para
las radios, donde paraba la barra brava y fue montado el cerrojo con
que comenzó el asesinato ritual, fue convertida en plateas y todavía
sigue mostrando ausencias. Salvo el veranito del César, en 1973, entró en
tal racha que el propio Bonavena tuvo que plantar ruda macho atrás de
los arcos y comprar algún que otro percherón para reforzar
equipos que hacían agua por todos lados. Cómo sería en materia de antimufas
que el canchero llegó a criar un caburé...
Es que el chico de la sombrilla nunca tuvo nada en las
manos y desde Sófocles para acá escrito que cada muerto debe ser
enterrado con su verdad. Encima, poco menos de diez años después, todas
las latencias que salieron aquí a florecer se convertirían en
productiva Industria de la Muerte gracias al terrorismo de Estado.
La edición electrónica de El chico de la sombrilla,
de Amílcar Romero, reconstruye con minuciosidad lo sucedido y lo que se dejó
conocer, rescatando lo que quedó sentado en la causa, el testimonio de los
tres sobrevivientes, parientes, vecinos, juez, secretario y policía
interviniente.
La
edición electrónica, para los que estén en condiciones de
entrar en línea y tener configurado el RealAudio les
permite acceder simultáneamente a archivos de sonido del famoso
cantito de entonces para El Equipo de José,
canciones de la época, relatos de partidos, reportajes a los
protagonistas de entonces, tantos deportistas como los hombres
de la administración de justicia que invinieron.
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