ROBERTO
PERFUMO, EL MARISCAL,
Y EL
CASO
SOUTO
Setiembre
del 2003. Ya instalado en su despacho de la Secretaría de Deportes de
la Nación, posa junto al jefe de gabinete, Alberto Fernández, hincha
de Argentinos Juniors, para la agencia DyN de noticias. Una dilatada
carrera como futbolista, DT, fabricante de camperas y comentarista de
tevé. Un clic sobre la imagen y descarga la edición electrónica en
formato .PDF y posibilidades de multimedia.
Roberto Alfredo Perfumo fue idolatrado como El Mariscal.
Se inició en la inferiores del Racing Club de Avellaneda como delantero y las
exigencias de la época lo fueron retrasando hasta llevar el N° 2 de la
espalda, en ese club y en la selección argentina, una verdadera leyenda que
en esos lugares había dejado nada menos que Pedro Dellacha, el Don
Pedro del Area.
El 25 de mayo de 1964, aunque ya profesional, formando
parte del equipo nacional que disputaba el preolímpico en Lima, fue testigo
involuntario de una de las masacres más atroces, insensatas e increíbles que
ha tenido el fútbol: los militares peruanos ordenaron detener el conteo de
víctimas fatales cuando iban por la 350ª.
La tragedia iba a salir a relucir en la causa por motivo del asesinato
ritual del primo de su esposa, Mabel Pastor.
En el
Mundial 66, jugado en Inglaterra, estaba a espaldas del Rata Rattin cuando
ocurrió el famoso episodio donde la farsa se convirtió en patrioterismo.
Tiene que haber visto todo. Por lo pronto, trató en forma directa a
personajes como Juan Carlos Lorenzo, El Toto, y Valentín Suárez, El
Zorro o El Hombre Esperado. A propósito del primero, con motivo de
cumplirse 30 años de los fastos y en la reunión que a propósito organizó El
Gráfico, cosa de mantener viva la payasada, el goleador Luis Artime
dijo con el infalible don de de la oportunidad que lo caracteriza en todo: "En
el país del verso el fue el que más verseó a todos."
Puede
parecer curioso, pero no lo es: el famoso semanario de la familia Vigil,
paradigma del periodismo deportivo argentino y siempre primero procurando dar
la nota allí donde estuvieran la fama, el poder y el dinero, curiosamente
jamás nombró a Tito Souto ni publicó una sola foto del
cortejo fúnebre con la delegación de El Equipo de José en pleno y El
Mariscal a la cabeza. Se limitó a llamarlo "el chico muerto
en Huracán". Nada más. Toda una obra maestra en la materia. Una
hilacha que había mostrado en la masacre de 1944 y en la que se va a venir en
1968, las dos en el Monumental, y ni qué hablar a la hora de tirar papelitos
y recoger containers de dinero con los militares y el Mundial 78.
Roberto
Perfumo se codeó con la mafia del fútbol y solo, en un atardecer de
Junín, tuvo que ir a poner la cara y el pecho a la patota que le habían
mandado especialmente. Su intransigencia en defender sus derechos le valió un
ostracismo de casi una década como DT. En 1984, todavía con el anatema
encima, aceptó hablar sobre el adolescente que habían reventado en la cancha
de Huracán por ir a verlo jugar a él. También dará testimonio de lo que le
dijeron a él, en la comisaría, donde había sido convocado especialmente por
ser quien era y que no tenía nada que ver con la verdad.
Poco antes
de la primavera del 2003, el desplazamiento político del
vicepresidente de la Nación y singular deportista, Daniel Scioli,
sobre todo de su gente en la cartera de Deportes, llevó al Mariscal
a ocupar tan alto cargo. El poder y la política no respetan pelos ni
señales. Pero más allá de cuál sea su suerte, el chico de la sombrilla
que nunca tuvo nada en las manos seguirá tal cual. Imperecedero. Eterno.
Durante la
charla mantenida en un café de Once, por aquel entonces lejos de poder
especular con todos estos avatares, Perfumo salió como siempre: con los
tapones de punta y pierna fuerte, por supuesto, pero siempre un paso más
atrás o al costado para no quedar tan expuesto. Sin embargo, no pudo o no
quiso ocultar cómo lo sacude, cómo lo remueve aquel episodio, sobre todo la
imagen imborrable de cuando en el atardecer del domingo 9 de abril de 1967,
al llegar recién bañado a la comisaría 28ª,
luego de haberle ganado con comodidad 4 a 1 al glorioso Globito
con aquella aplanadora invicta que era El Equipo de José, sin
saber muy bien de qué se trataba ese mensaje casi cifrado que le había
llegado al vestuario, se encontró con la cara de Floreal Souto, el tío de su
mujer y recién empezó a entrever la hondura de la tragedia, en el más
grosero bofetón que recibió en toda su carrera futbolera y justo del lado de
todo lo que más amó siempre.
Altri
tempi. También 1967, en Avellaneda, con Pizutti. Con Tito Pizutti...
La edición electrónica de El chico de la sombrilla,
de Amílcar Romero, reconstruye con minuciosidad lo sucedido y lo que se dejó
conocer, rescatando lo que quedó sentado en la causa, el testimonio de los
tres sobrevivientes, parientes, vecinos, juez, secretario y policía
interviniente.
La
edición electrónica, para los que estén en condiciones de
entrar en línea y tener configurado el RealAudio les
permite acceder simultáneamente a archivos de sonido del famoso
cantito de entonces para El Equipo de José,
canciones de la época, relatos de partidos, reportajes a los
protagonistas de entonces, tantos deportistas como los hombres
de la administración de justicia que invinieron.
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