Amílcar
Romero
EL
ORDEN DE LOS TIEMPOS
(crónicas)
Para
el diccionario de la Real Academia, el significado remoto de
crónica refiere a los sucesos y/o historias donde se
observa el orden de los tiempos. Tomando en cuenta algo
apuntado por Borges, los periodistas escriben para el olvido
y sólo los escritores para la memoria. A su vez, Sábato
supo apuntar que no hay nada más novedoso que el diario de
hoy y nada más viejo que el de ayer. Por eso, exhumar a
esta altura del nuevo siglo, aunque sea bisoño, materiales
periodísticos publicados, sea como sea, el siglo pasado,
por lo menos aparece como un vano intento o, más
simplemente, como una curiosa vanidad. Más de uno acusa la
friolera de 18 años de antigüedad. Ante la muy fácilmente
constatable falta de hechos nuevos, en Argentina, país de
los premios consuelos, queda la de encontrar que no
solamente el periodismo es viejo: una, la primera, dejó
apuntado sin ninguna eferverscencia ni escándalo que ya en
1984 había dado comienzo los bolsones de marginalidad.
Visitas
a Isla Negra, Ginebra, Turín, Londres, Venecia, Berisso o
Lobos apuntan a tours literarios o, lo que es peor, a las ya
más que manidos diarios de viaje de una época en como
podían viajar pocos, el que iba contaba para ver de qué se
trataba. Ahora, que pueden viajar todos, se... Se estaba
diciendo que hubo una época en que desde la Argentina más
o menos podía ser considerable la cantidad de gente que
viajaba y aunque gasoleando, una especialidad en la que se
destacan los nativos de las Provincias Unidas del Sud, el
intento del rescate de la literatura lleva a confrontar a
Neruda con Borges, a la premonitoria concepción naturalista
de Pavese, distante casi medio siglo de la Sociedad de
Consumo, la siempre inédita amabilidad de París y la
llegada de la automatización, un Concerto di Capoano a puro
Vivaldi en una vieja iglesia junto a la Bahía de San Marco
con un fin de año donde sobre todo los jóvenes alzaron
botellas, vasos y puños hacia la isla de Lido, hacia el
Adriático, rogando por una paz en Yugoslavia que al final
efectivamente no fue, como también andar Londres en un
evening, tras los pasos nada menos que de Jack el
Destripador y encontrarse con algún que otro argentino,
tropezar involuntariamente con la tumba de Borges en un
atardecer ginebrino y tanta inmensa soledad a orillas del
Ródano, justo él, al que nunca pudo unirlo el amor y sí
el espanto, la resurrección del mítico príncipe tebano
donde florecieron los frigoríficos ingleses hace ya dos
siglos atrás y la acometida final de una jovencita en el
pago natal del caudillo militar que signaría el siglo XX.
Entonces,
más que la novedad inicial con que en su momento fueron
publicadas, constataciones retroactivas, como revolver el
cajón de la còmoda y que aparezcan postales, fotos viejas,
alguna carta, el retazo de ese pasado que siempre se cree si
no olvidado, por lo menos superado, y que persiste en
permanecer.
Sobre
todo, más que nada, en un tiempo en que la volubilidad del
futuro precisamente tiene ese origen y se ha perdido el
orden que en otros tiempos exigían tanto las historias como
las crónicas.
De eso
se trata.
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